Sobre el autor
Nacido en el seno de una acaudalada y aristocrática familia
de San Petesburgo en 1899, aprendió francés e inglés de niño. En 1919, iniciada
la revolución bolchevique, marchó al Reino Unido, estudiando Filología Eslava y
Románica en el Trinity College de la Universidad de Cambridge. Tres años más
tarde, marchó a Berlín viviendo dentro de la comunidad rusa en el exilio, y
comenzando a escribir poesía. En 1937 viajó a Francia, asentándose más tarde en
París. En 1940, por la presión nazi, emigró con su familia a Estados Unidos,
trabajando en el museo Americano de Historia Natural, compaginando el trabajo
con el de profesor de Literatura Comparada en el Wellesley College, donde años
después sería profesor de ruso. En 1945 adquirió la nacionalidad americana, y
en 1948 fue profesor de ruso en la Universidad de Cornell. El éxito de Lolita y de obras posteriores como Pálido fuego y Ada
o el ardor le permitiría asentarse definitivamente en Suiza, donde
falleció el 2 de julio de 1977.
Comentarios
Consigue maravillosamente bien meter al lector en el alma
del pedófilo sin que éste juzgue, inmerso en la soledad de una patología irrefrenable
y enloquecedora. El lector llega a sentir con H.H., un hombre culto, refinado y
por supuesto hedonista, quien está obsesionado y dominado por el placer, la
pasión por las nínfulas, hasta límites insospechados. El lector percibe la
patología obsesiva, ausente de ética, respeto, sentido común, pero siente con
Humbert. En pocas líneas condensa la obsesión de H.H.
Quizá lo consigue tan bien porque comienza explicando su
frustrado amor adolescente (Annabel), de manera que el lector puede seguir el
desarrollo de una fantasía que queda por satisfacer y que muta en una obsesión.
Creo que Nabokov, aun habiendo incesto y contacto sexual, se
centra en la pedofilia y no en la pederastia. El sexo no es más que un
accidente, una consecuencia en sus irreprimibles deseos por la niña no
mujer.
Narrando la historia va describiendo también el país, una
imagen no muy positiva de una Norteamérica de plástico.
Por cuanto a Lolita, se la percibe como un personaje que se
adentra prematuramente y deliberadamente en el mundo de los adultos para jugar
a ser mujer, a seducir, a obtener los privilegios de ser mujer adulta y probar
y emplear unas armas seductoras que percibe muy potentes.
La madre, Charlotte Haze, es una esclava de las apariencias
y bajo este objetivo, domina a H.H, en ese sentido hasta que éste dice basta.
Entonces, reduce por miedo a perder lo que ha conseguido. Hasta que descubre la
realidad.
El argumento, aunque repudiable, se hace fascinante. La
narrativa es extraordinaria. Con gran acierto nos habla de:
Una turbulenta relación
Una insana obsesión
Unas consecuencias trágicas.
En general
Primera parte mucho más fascinante que la segunda. En la
primera describe de forma genial y extraordinaria a Lolita y a su deseo,
originado en Annabel pero sublimizado con Lolita.
En la segunda, la trama es interesante y el final
sonado, pero está muy llena de
referencias y de narrativa un tanto difícil de seguir en la que quedo a menudo
desorientada sin saber a qué está haciendo referencia o qué quiere decir, sobre
todo durante el trozo de los viajes con Lolita por todo el país.
1)
Descripción de Lolita, genial.
“Lolita, luz de mi vida,
fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. Lo-li-ta: la punta de la lengua
emprende un viaje de tres pasos desde el borde del paladar para apoyarse, en el
tercero, en el borde de los dientes. Lo.Li.Ta.
Era Lo, sencillamente Lo,
por la mañana, un metro cuarenta y ocho de estatura con pies descalzos. Era Lola
con pantalones. Era Dolly en la escuela. Era Dolores cuando firmaba. Pero en
mis brazos era siempre Lolita."
2)
Descripción de el origen de su obsesión, muy bien
conseguida en este párrafo.
"Hay
dos clases de memoria visual: con una, recreamos diestramente una imagen en el
laboratorio de nuestra mente con los ojos abiertos (y así veo a Annabel, en
términos generales tales como «piel color de miel», «brazos delgados», «pelo
castaño y corto», «pestañas largas», «boca grande, brillante»); con la otra,
evocamos instantáneamente con los ojos cerrados, en la oscura intimidad de los
párpados, el objetivo, réplica absolutamente óptica de un rostro amado, un
diminuto espectro de colores naturales (y así veo a Lolita)."
3)
Descripción del deseo, tan universal que apela
directamente a los deseos y pasiones en el lector.
(Con Annabel)
“; su mano, medio
oculta en la arena, se deslizaba hacia mí, sus bellos dedos morenos se
acercaban cada vez más, como en sueños; entonces su rodilla opalina iniciaba
una cautelosa travesía; a veces, una providencial muralla construida por los
niños nos garantizaba ampara suficiente para rozarnos los labios salados; esos
contactos incompletos producían en nuestros cuerpos jóvenes, sanos e
inexpertos, un estado de exasperación tal, que ni aun el agua fría y azul, bajo
la cual nos aferrábamos, podía aliviar.”
(Con Lolita)
“…y entonces, sin el
menor aviso, una oleada azul se hinchó bajo mi corazón y vi sobre una estera,
en un estanque de sol, semidesnuda, de rodillas, a mi amor de la Riviera que se
volvió para espiarme sobre sus anteojos negros.
Era la misma niña: los
mismos hombros frágiles y color de miel, la misma espalda esbelta, desnuda,
sedosa, el mismo pelo castaño. (…) reconocí el pequeño lunar en su flanco. Con
ansia y deleite (el rey grita de júbilo, las trompetas atruenan, la nodriza
está borracha), volví a ver su encantadora sonrisa, en aquel último día
inmortal de locura, tras las “Roches Roses”. Los veinticinco años vividos desde
entonces se empequeñecieron hasta un latido agónico, hasta desaparecer.”
“Nunca he
experimentado tal agonía. Me gustaría describir su cara, sus manos… y no puedo,
porque mi propio deseo me ciega cuando está cerca. (…) Si cierro los ojos, no veo
sino una fracción de Lo inmovilizada, una imagen cinematográfica, un encanto
súbito, recóndito, como cuando se sienta levantando una rodilla bajo la falda
de tarlatán para anudarse el lazo de un zapato, “Dolores Haz, ne montrez pas
vos jambes”.”
“Cuando Lo inclinó sus
rizos castaños sobre el escritorio ante el cual estaba sentado, Humbert el
Ronco la rodeó con su brazo, en una miserable imitación de fraternidad; y
mientras examinaba, con cierta miopía, el papel que sostenía, mi inocente
visitante fue sentándose lentamente sobre mi rodilla. Su perfil adorable, sus
labios entreabiertos, su pelo suave estaban a pocos centímetros de mi colmillo
descubierto, y sentía la tibieza de sus piernas a través de la rudeza de sus
ropas cotidianas.”
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