Se hallaba en el hotel, hojeando el catálogo del Bletchley Park Museum, cuando se detuvo en la página veintiséis, ante la imagen de una escultura esculpida de una forma inusual, como en capas. Leyó en la descripción que se trataba de un monumento realizado en pizarra. Luego se fijó en el personaje, un hombre pulcro, esmerado, que se hallaba sentado frente a una extraña máquina. Era Alan Mathison Turing, OBE[i], considerado padre de la ciencia de la computación.
Arnau, en primer año de ingeniería informática, quedó inmediatamente interesado en saber más sobre él y buscó información adicional en Internet. Era un matemático y criptógrafo británico, convencido de que las máquinas podían ser inteligentes. Durante la Segunda Guerra Mundial, y tras arduos trabajos de investigación en la mansión que dio nombre al museo, logró descifrar las claves secretas nazis de la máquina Enigma. De esta forma los Aliados pudieron anticiparse a las actuaciones del enemigo, y en consecuencia, dicen, la guerra se acortó, al menos, dos años. El enigma de la estrategia nazi, con Turing, quedó resuelto. ¡Qué grande! ¿Por qué su heroicidad quedó ignorada tanto tiempo?
Cerró el ordenador y se estiró sobre la cama con el catálogo doblado sobre el pecho. Mañana visitaría sin falta el museo. Quería conocer de cerca el lugar donde trabajó en un proyecto de tal magnitud. ¿Te imaginas?, se dijo. Un informático precursor, pero también un hombre con un papel importantísimo en medio de un tremendo problema internacional. Debió sufrir tensiones indescriptibles, porque además, según había leído en otras fuentes, era homosexual, y en aquella época no estaba permitido ni tan solo mostrar esa inclinación. Inmerso mentalmente en lo que rodearía a Turing en tales momentos, imaginó algunos episodios de la Segunda Guerra Mundial: la Resistencia, los espías, los encuentros entre mandatarios de los distintos países… y la guerra, la guerra como telón de fondo para los altos cargos, pero tan próxima y tangible para los de a pie. Acortar la guerra dos años, significaría que muchos soldados salvarían el pellejo. Y no sólo eso, también se reducirían los espantosos estragos de una contienda armada en la que estuvieron implicadas tantas vidas humanas. Pensó en los millones de muertos, las familias desestructuradas, las torturas, la destrucción, las epidemias… ¡Tanto sufrimiento inútil acortado al menos dos años! Sin embargo, hasta que en el 2001 no se le dio un reconocimiento póstumo, éste héroe quedó silenciado.
Guardó el catálogo del museo en su mochila y se metió en la cama. Quería despertarse pronto. Si hoy había quedado impresionado con Turing, mañana esperaba colarse en su alma al respirar su entorno.
Arnau, en primer año de ingeniería informática, quedó inmediatamente interesado en saber más sobre él y buscó información adicional en Internet. Era un matemático y criptógrafo británico, convencido de que las máquinas podían ser inteligentes. Durante la Segunda Guerra Mundial, y tras arduos trabajos de investigación en la mansión que dio nombre al museo, logró descifrar las claves secretas nazis de la máquina Enigma. De esta forma los Aliados pudieron anticiparse a las actuaciones del enemigo, y en consecuencia, dicen, la guerra se acortó, al menos, dos años. El enigma de la estrategia nazi, con Turing, quedó resuelto. ¡Qué grande! ¿Por qué su heroicidad quedó ignorada tanto tiempo?
Cerró el ordenador y se estiró sobre la cama con el catálogo doblado sobre el pecho. Mañana visitaría sin falta el museo. Quería conocer de cerca el lugar donde trabajó en un proyecto de tal magnitud. ¿Te imaginas?, se dijo. Un informático precursor, pero también un hombre con un papel importantísimo en medio de un tremendo problema internacional. Debió sufrir tensiones indescriptibles, porque además, según había leído en otras fuentes, era homosexual, y en aquella época no estaba permitido ni tan solo mostrar esa inclinación. Inmerso mentalmente en lo que rodearía a Turing en tales momentos, imaginó algunos episodios de la Segunda Guerra Mundial: la Resistencia, los espías, los encuentros entre mandatarios de los distintos países… y la guerra, la guerra como telón de fondo para los altos cargos, pero tan próxima y tangible para los de a pie. Acortar la guerra dos años, significaría que muchos soldados salvarían el pellejo. Y no sólo eso, también se reducirían los espantosos estragos de una contienda armada en la que estuvieron implicadas tantas vidas humanas. Pensó en los millones de muertos, las familias desestructuradas, las torturas, la destrucción, las epidemias… ¡Tanto sufrimiento inútil acortado al menos dos años! Sin embargo, hasta que en el 2001 no se le dio un reconocimiento póstumo, éste héroe quedó silenciado.
Guardó el catálogo del museo en su mochila y se metió en la cama. Quería despertarse pronto. Si hoy había quedado impresionado con Turing, mañana esperaba colarse en su alma al respirar su entorno.
[i] OBE: Order of the British Empire, medalla otorgada a Turing en 1946
por su significativa aportación al Reino Unido.
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