―Me subestimas ―dice de pronto.
Pongo cara de poker porque no entiendo esa revelación súbita. Le enrollo un poco el cordón y lo dejo en la cesta sin contemplaciones. Le miro recelosa y replico:
―¿A qué viene esa queja absurda? No sé por qué lo dices. ¡Si eres lo más imprescindible en mi vida! ―Aparto los bártulos a su alrededor para hacerle más sitio y añado rotunda―: Cuando me voy de viaje eres lo primero que pongo en la maleta…
―No me valoras lo suficiente ―repite tozudo entre los cepillos.
―Bueno, mira, yo ahora me tengo que ir ―contesto irritada―. Ya hablaremos. ―Y con un gesto brusco dejo la cesta en la banqueta, bajo el lavabo.
Mientras desayuno repaso los quehaceres de la jornada en la agenda del móvil. Hoy es un día complicado. Tengo peluquería, cita con el podólogo y dos clases virtuales por la tarde. Hago la cama, barro, friego los platos y dejo la cocina impecable. Vuelvo al lavabo a maquillarme un poco. De la cesta asoma el enchufe que se ha quedado fuera. Lo meto dentro. Cuando lo hago vuelvo a oír su voz lastimera que se queja porque lo lanzo a la cesta de cualquier manera. Saco la cesta y lo observo. Yace incómodo entre peines, cepillos, difusores y alguna pinza del pelo. Me doy cuenta de que se le ha desprendido la tapa curva del ventilador. Se la coloco y vuelve a soltarse.
―Estás viejo ―le digo más molesta que preocupada, pero no me contesta.
Cuando intento recomponerlo de nuevo me invade una ternura inusitada. Me acuerdo de nuestros encuentros, a veces dos veces al día; de su espera fiel, siempre dispuesto a pesar del trote diario; de cómo me devuelve la autoestima cuando el espejo me critica… Entonces, él, ajeno a mis pensamientos, sube dos tonos su color rojo y encendido de furia se encara conmigo.
―¿Viejo yo? ¡Yo no tengo edad! Soy un invento que se perfecciona con los años. Mientras que tú… me sabe mal decirlo pero vas perdiendo frescura ―dice acentuando la sonrisa de su boquilla―. Yo siempre voy a mejor. Me has comprado en muchos modelos. Que si uno profesional, que si ahora con tecnología iónica, que si más atrevido en diseño… Dependes tanto de mí que me tienes en varias versiones a la vez, por si te falla alguna. El otro día conté tres: la del lavabo, la de viaje y la de la bolsa de la piscina. Pero no te engañes, yo siempre soy el mismo. Soy tu brazo derecho, un alargo de ti misma, un fanático obstinado que te arregla las greñas con las que te levantas cada mañana. Y hago lo que puedo. No es culpa mía ni de ninguna de mis versiones que tu pelo no sea liso. Mejor te iría si lo aceptaras y abusaras menos de mis altas temperaturas con mi boquilla amorrada a tus mechones indómitos. ¿Y para qué tanto esfuerzo? Para que después de dejarte el peinado perfecto me arrojes a esta cesta en la que me cubro de polvo porque ni siquiera me tienes en un cajón como es debido. Me subestimas, y mucho, porque no puedes pasar sin mí. ¡Ea, ya lo he dicho!
Sin darme cuenta he recogido su larga cola en bellos círculos concéntricos y estoy sacando brillo a su barriguita con la toalla.
Muy ilustrativa y divertida esta conversación
ResponderEliminarAhahaha!😘😘
EliminarMencantaaaaaas
ResponderEliminarEse secador va por supuesto a Lamiarrita y le preparo el escenario en uno de los lavabos con verdadera devoción. Espíame la próxima vez! :):)
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