A partir de la III carta aprox. Rilke va sintiendo admiración y se hace sensible a la belleza del alma del joven poeta. Cambia de ser sólo un “consejero” a ser un admirador y a establecer lazos en la sensibilidad de ambos, sin abandonar las recomendaciones para sentirse hombre completo, maduro y libre y a escribir poesía desde dentro sin tener en cuenta quien lo va a leer.
Me gusta lo que dice de la soledad, de cómo hay que agradecerle que nos enfrenta a nosotros mismos y nos hace madurar. Y me gusta como describe la madurez.
Me gusta también cómo describe Roma, dejando de lado aquello que el turismo y los convencionalismos creen importante, resaltando su belleza genuina que está enterrada bajo la imagen que se ha creado de ella. Es lo que sentí yo en Roma.
En general, Rilke me parece un hombre que ha vivido su propia vida profundizando en ella para aprender y obrar en conformidad con ella. Sus profundas reflexiones son a veces tan profundas que no me permiten seguirle. Algunas me ayudan a aceptar las cosas como son, otras se me hacen demasiado filosóficas y difíciles de entender. En definitiva, yo definiría estas cartas como una declaración de madurez emocional.
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