EL SIRVIENTE (cine americano)


EL SIRVIENTE (The servant; Joseph Losey, 1963).

Act.: Dirk Bogarde, James Fox, Sarah Miles, Wendy Craig.


El realizador muestra en un filme de trazos elegantes (obra maestra de Losey) dos aspectos de la vileza humana que focaliza en dos personajes: el joven amo y su sirviente.

Hugo Barrett acude a la cita de un joven burgués sumergido en una existencia desidiosa (tirado en un sillón, casa vacía, ciudad vacía), para ser entrevistado como posible sirviente. El amo y él comienzan una relación poder-sumisión que evolucionará hacia un cambio impredecible. Falta de identidad, manipulación y decadencia son los ingredientes de esta historia, un plato fuerte que se digiere gracias a unas imágenes amables y a una banda sonora que evoca el plácido bienestar.

Barrett (Dirk Bogarde) es un sirviente de mirada inescrutable y misteriosa, de expresión contenida, de pose entre servicial e indómita, con un mechón ingobernable que insinúa rebeldía, o descaro, o dejadez. Una actuación brillante de Bogarde, comparable a la que haría más tarde en Muerte en Venecia (Morte a Venezia, Luchino Visconty, 1971), también de elegante realización.

Igualmente destacables son las actuaciones de: James Fox (Toni), el joven amo acostumbrado a tenerlo todo y Sarah Miles (Vera), la criada que simboliza la atracción sexual. El físico de Fox se ajusta perfectamente al dandi asignado, pero lo tiene un poco en contra al interpretar su propia decadencia. El de Sarah Miles se acomoda de principio a fin a su  esencia sensual. Un tercer papel  es para Wendy Craig (novia de Toni) que, aunque bien representado, resulta poco verosímil hacia el final.

El desarrollo de la trama me sugiere una balanza que se decanta primero de un lado y luego del otro, sin apenas detenerse en el punto de equilibrio. El realizador representa en los polos opuestos de una misma sociedad dos aspectos míseros de la naturaleza humana: de un lado el abuso de poder (Toni) y el menosprecio (Susan); del otro la perversa manipulación hacia la dependencia y la anulación de la voluntad (Barrett), que emplea como cebo la atracción sexual (Vera). Se refuerza esta idea con marcados contrastes: un film en blanco y negro y  personajes protagonistas con físicos contrastados: el amo es rubio, de pelo ondulado y rasgos suaves; el sirviente tiene el  pelo negro y lacio, ojos penetrantes y facciones marcadas. En la primera parte el poder se cree en el privilegio de menospreciar y humillar. En la segunda, toman la palabra la manipulación y la seducción. La balanza oscila de mezquindad a mezquindad, si bien se torna perversa en el lado de la manipulación.

El realizador intercala dos escenas con personajes más o menos irrelevantes, pero significativos por cuanto a la premisa: la aparición en un restaurante de un obispo y el vicario que le acompaña es breve, pero muy elocuente; el matrimonio promotor del proyecto inmobiliario no opina, sino que decreta. En ambas ocasiones Losey muestra de nuevo la jerarquía de poderes como algo implícito en la sociedad. Si bien las escenas intensifican  esta idea, podían haber quedado mejor integradas en la trama.

Los dos polos que Losey ha querido visualizar se reflejan en la labor del guionista Harold Pinter, con frases que se repiten: “Puede que sea un sirviente, pero es un ser humano” (Toni), palabras que se repiten en la segunda mitad en boca de Barrett: “Cometo errores, pero soy un ser humano”. El simbolismo sobre las diferencias, aparece hasta tres veces en el guión: “Los ambientes con estilo marcan la diferencia”, dice el sirviente, y más adelante: “Me alegra saber que le gusta (la comida), marca la diferencia.” En una tercera ocasión, cuando Toni asegura que Barrett sabe de decoración, este contesta: “Marca la diferencia en la vida, señor”. La reiteración de estas afirmaciones en los diálogos no está porque sí, se remarca que las diferencias existen. Hay también sutiles juegos de palabras: “No es muy agradable, señorita…” (Barrett abre la puerta a Susan  cuando ella sale a la calle, después de que ella le ha humillado profundamente). Tras un intercambio de miradas, Barrett añade: “…el pronóstico del tiempo.” O aquella en que Barrett dice a Toni a sabiendas de que ha tenido relación sexual con Vera: “¿Al final le hizo algo, señor?”, y omite decir “de comer”.

La banda sonora (con hilo rojo en la canción All Gone que interpreta una sensual Cleo Laine) refleja el mundo de confort de los pudientes y la voluptuosidad del placer, incluso cuando es sórdido.  También las imágenes del Londres burgués dotan de elegancia lo que es miserable: las vidas vacías, las relaciones posesivas.

Los silencios son magníficamente interpretados por el tictac de los relojes, las campanadas o el goteo de un grifo. No son recursos nuevos, pero están muy bien utilizados. En el momento adecuado el tictac sugiere que el tiempo está vacío, igual que sus vidas; la campanada, que se ha vencido, y el goteo imparable de un grifo pone los pelos de punta si se asocia con el poder de una manipulación que no necesita palabras. Lo mismo ocurre con el teléfono que suena y no es descolgado, o los espejos que incluyen lo que fuera de la imagen también habla. De igual modo se gestiona la imagen con maestría al conseguir que, tan solo al abrir una puerta, el espectador sepa todo lo que le falta por saber de aquella escena, mientras un sensual saxo se oye como música de fondo. Otra imagen que vale mil palabras es el contraluz de la sombra de Toni escondido tras una cortina que el aire mece. La luz proyecta su perfil sobre la cortina y su nariz de Pinocho crece en los pliegues ondeantes. Todos estos recursos están aquí milimetrados.

Los encuadres, los planos de larga duración, casi teatrales, y las tomas son, a mi entender, los justos y adecuados en cada momento. El montaje consigue que el espectador siga el hilo de la historia sin dificultad. En la portada continúa el poderío del blanco y negro, las medias sombras y la imagen de Hugo y Toni en el espejo.

El sirviente mantiene el interés por lo que dice y no dice, lo que muestra y no muestra, porque de una forma u otra, todo está siempre bien representado.

 

Emma Marzábal, Biblioteca Jose Soler Vidal, Gavà.






 


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