La escena inicial y una frase contundente invitan a leer
más. Como debe ser. Porque leerle poemas a las cenizas de alguien en un
columbario después de confesar que no estás en la cárcel te ponen sobre aviso
de que lo que sigue esconde como mínimo originalidad y desde luego tendrá un
sabor distinto a todo lo que has leído.
Una narrativa punzante , trepidante y bordada de humor
irónico adorna el discurso de principio a fin:
A mí su odio me pone
de buen humor. El mundo es mío, señora. Váyase usted a paseo.
La fama es un foco que
atrae a las polillas. Más que querer acostarse contigo, la gente quería contar
que se había acostado contigo, y solo una minoría se atrevía a saltarse el
trámite y a mentir con descaro.
Los segundos libros
tras un gran éxito tienen esa virtud: unen al mundo entero en una decepción
unánime, un coro armonioso sin voces discrepantes.
Resulta más fácil
sobrevivir al fracaso que digerir ciertos éxitos. La verdad, si es que existe,
está más cerca del prado amarillento donde crecen en estado salvaje paradojas e
ironías.
Zafarse un poco del
núcleo duro del dolor, dando rodeos por los suburbios.
Admiré las plantas que
me rodeaban. Mis favoritas eran las que tenían formas geométricas, con las
hojas formando ángulos rectos como dibujados con escuadra; otras parecían
brazos clamando por un abrazo imposible o un ramillete de falos.
Qué presunción la mía,
pensar que se me da bien catalogar a la gente, me recriminé mientras abandonaba
la compañía de los pinchos y emprendía el camino de regreso hacia el centro de
la ciudad odiándome intensamente.
El Doc no me
traicionaba. Solo se adelantaba un poco por el morboso placer de darle la
primicia a Ada, nada que no hayamos hecho todos centenares de veces.
Todo lo que me
excluye, me hiere.
La borrascosa estela
de un barquito de papel.
La verdad es un tapiz
deshilachado, lleno de cabos sueltos.
La memoria tiene
agujeros por donde se escapan las cosas.
Puto ego gigante cuya
sombra grotesca nos impide ver la luz.
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